miércoles, 6 de julio de 2011

batallas

Me encerré para que me buscara, sólo conseguí agotarla y confundirla. Cuando le expliqué me besó y me pidió que no pensara tanto, que huelo mal y que debería desnudarme y meterme a la tina junto a ella. Nadar entre la mugre de los dos, entre la acumulación de la espera y el llanto sin sentido producto de una separación absurda. Esto no es separación al fin y al cabo, me quedé con su boca en el bolsillo.

Le pedí que fuera mía y respondió: jamás. Ahora la amo más que antes y me observo a mí mismo dándome una palmada en la frente, suspirando resignado. La abrazo y me engaño. Nadie me podría quitar eso.

Llevé mi lengua a su oreja, me apoyé en su cadera y ahí construí nuestro hogar, lo cubrí de sabanas sucias de mil batallas y le juré que defendería cada uno de sus rincones hasta morir, o despertar.

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