martes, 23 de octubre de 2012

Dos días.


Hace poco me querías, yo era un poeta de esos que no escriben poesía. Y hace aun más hacías el amor conmigo, y ya, lo hacías. Mientras te lo digo fumo un cigarro, sólo para verme más o menos como un matón. Sigo hablando y tú callada y difícil de leer, como una esfinge. Hace como una semana me besaste, fue maravilloso, como desayunar en la cama, o como si la cabeza se me volviera de algodón. Dos días después te fuiste y me dejaste muchas cuentas, y  unos calzones sobre la cama, a manera de recordatorio, o de escupitajo en la cara. Hoy te encontré por casualidad, no sé por qué aceptaste pero aquí estás tomando un café pésimo conmigo. Hueles mal, pero me encanta tu mal olor como a insomnio, mezcal y ese perfume horrible como para niñas. Tengo ganas de desnudarte y morderte un seno, de esas malas costumbres que tú ya olvidaste.

...



Y si te da ese miedo raro, procura llamarme, procura no atarte, agarra el teléfono e intenta gritarme. Reza un verso como si fueras creyente, muéleme a golpes justo antes de los créditos finales. Y si el miedo te cae lejos de casa piensa en la grosería que más te recuerde a mí. Piensa en mi boca y figúratela en una batalla con tu pelo o con tu pecho. Si por casualidad despiertas a mi lado no te culpes, seguro yo te traje con algún engaño. Maldice el día en que te enamoré, el día que te bajé los pantalones y el día en que me presentaste a tus padres. 

Hazme una señal y yo procuraré que el tiempo no pase.