viernes, 11 de mayo de 2012

isla


He estado últimamente acumulando de todo, polvo, abrazos, fracturas, gatos y llaves de cuartos de hotel. He pasado más que suficiente tiempo en… cualquier cosa. Papeles que se acumulan y cables que se enredan solos, como mis nervios y la barba. Estuve recordándola, recortándola también. Pero más que eso también la inventaba a veces, le cambiaba el color y las venas. Le cambiaba el pelo pero nunca de nombre. La veía cerca y lejos, se veía igual, infinita y grande, muy grande. He acumulado cansancio. He estado esperando y como no ha funcionado creo que tendré que matarme, o por lo menos jugar al muerto.  Le quiero como un loco, pero los locos no saben querer.

Me enojé con todo lo que se puede uno enojar, le grité incluso a una iguana. El amor no se me quita, se me quita el sol de la cara, la piel de la carne y la carne de su carne, la saliva que es su saliva y medio kilo de angustia. “Y medíamos el tiempo en latidos”.

Manejé durante horas, ensayando disculpa y besos, creo que hasta abdominales hice. Acumulé millas y canciones. Ojalá saliera algo de mi boca además de bichos y juicios.

Pegué mi mirada al mar, y no he conseguido ver nada, ni pelícanos ni su pecho.

Con el tiempo me volví tierra, me moví en pasos ajenos, me escondí en uñas y sexo escondido. Una vergüenza, un “lo sabía”. Redundante como  el tono del teléfono. Me volví su mal karma y su sopa de cebolla, un rompecabezas obvio y arrugas en sus ojos, tan muertos como piedras.

Me he despedido de mí mismo.