Desperté con ese sabor como a lata, con esas manos que no son mías, pero ahí puestas, buscando no sé qué en medio de cabello, cenizas y miserias. Culpé a la apatía y a la pereza pero en realidad había olvidado cómo usar mis piernas. Y mi lengua, así que clausuré la boca. Y casi todo pensamiento que suene a excusa.
Hay yagas en mi panza y hay algo viviendo en esos huecos sangrientos, hay pequeños bichos espías que se quedan ahí tomando nota de cada movimiento. Así que ten cuidado con venir a besarme como besas. Porque no eres mía ni de nadie. Ni tuya ni de nadie, absolutamente nadie.
El sabor de los días, la melancolía que muerde y el miedo que se rehúsa a engullir cualquier cosa que no seas tú.
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