jueves, 3 de marzo de 2011

edificio

Recargar la cabeza de esa manera definitivamente no ayuda a ver diferente. Aunque siempre lo hacía de niño, imaginaba que al hacerlo la tierra se movería y todos se caerían muy gracioso como en las películas de barcos que se hunden.

Para colmo, sus males ni existen, tampoco ella. Me lo han jurado.

Tan difícil quedarse. Tan extraño hablar todo el tiempo. No se le ocurre abrir la boca para algo más que besarme, obedezco, también silencioso. La tomo del pie y la arrastro, como cavernícola, por la alfombra hasta la chimenea. Yo digo que soy más considerado que romántico.

“Seré tu chica si crees que es lo correcto”. No soporto esa clase de pruebas, ojalá hubiera respuestas múltiples.

Su aroma parecía escaparse por entre las ventanas de esos edificios que parecen palomares. Pero más que escaparse recorría por entre los huecos, pasillos, puertas y hasta entre la carne.

Me quedaba poco de ella en las manos, poco de existencia y más bien un recuerdo sin confirmarse. Amontonado todo en un mismo rincón. Al lado de comida fría, inservible, inrrecalentable.

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