miércoles, 8 de febrero de 2012

quemaduras.

Y si quieres yo estoy ahí, si quieres me robo el fuego y digo que yo lo inventé.

A veces creo que me hundo y hago un alboroto. Te llamo a gritos y no dices nada, sólo me plantas un besillo salado. Le pongo nombre a tus pestañas y les hablo mal de ti. Perdón por quedarme más tiempo con tu toque, con tus discos y la lista ridícula que me dejaste de no sé que cosas en contra mía.

Esta no es tu historia, esta tampoco es tuya. Ni aquella.

Pobrecito él, se esfuerza mucho y sólo consigue que pienses más en mí. Inflo el pecho y te miro severo. Se me sale un pedo mientras te juro algún poema robado.

Todos tenemos secretos pero tú sólo escondes rumores ajenos.

Nadie te conoce. El otro día te pedí, exigí, en una cafetería. Lo raro es que el mesero sabía exactamente de qué hablaba.

Tu voz es como un tronido de dedos, un chasquido extraterrestre. A mi me sale ronronear muy bien, te lo presumo. Provócame y verás.

"Tu voz quema, quemadura, que madura, quema y dura". Tremendo zafarrancho y tremendo tu vestido, tus calzones y mis malas intenciones. Tu voz quema, desaparece lo bueno y me aflora una flor, desde el pecho. Desde el techo, pasando por toda tú, por cada lugar sin pedir permiso sólo tomo aire, bien hondo, muy hondo, y sopas. Ahí estoy atascándome de ti, más que llenándome, más que metiéndote en mi boca, poco a poco como anaconda.

En algún momento aprendiste a amarme, porque no me dejaste ir, sólo hacías como que te ibas y dejabas poco más de media botella sobre mi mesa. Y yo ahí sentado haciendo como que no te veo salir exagerada y divina, cínica y hermosa.

Es por eso que no salgo los martes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario