domingo, 8 de mayo de 2011

asfixia al salir

De pronto siento que me ahogo, pero en realidad es su boca la que parece respirar por mí. Las grietas de sus labios en realidad son del material con el que se hacen los pecados. Intento decirle algo, tal vez preguntar su nombre completo, o el mío.

Llegó vestida, lo juro. Las manos actúan sin pedir autorización alguna. Acaricia mi pelo, o en realidad trata de desprender mi cabellera y cobrar una recompensa por ella. Muero por ser su hombre.

Extendí mi cuello cientos de kilómetros sólo para ir a besarla. Borré mi nombre del acta de nacimiento, golpeé a una anciana y gané un concurso de glotones sólo para demostrarle mi amor.

Me tomó del cuello y me mordió tan fuerte que ahora le pertenezco, ahora mi saliva sabe a su saliva.

Le escribo un par de poemas entre sus piernas, dibujo cada letra con los dedos. Invisible e indeleble. Sus manos duermen, pero en realidad apenas se ha dado cuenta de que existen. Dentro de sus piernas viven un par de ardillas inquietas, nos fundimos y entonces no se entiende nada más que sudor, ojos grandes y groserías brutales al azar. Piernas y brazos, barrigas y rodillas adoloridas. Incluso un póstumo silbido de su nariz y un glorioso despertar con aliento a bacalao, mi boca husmeando en su oreja, las manos ansiosas ya y su sonrisa peligrosa.

Un tipo tan feo no debería tener tanta suerte. Una mujer así no debería tener jamás frio.

Soy el fisgón bajo su piel, soy la caricia en tresillos, como un vals. Soy el perfecto pretexto para su risa escandalosa y explosiva. La humedad en sus pantalones y el grito desesperado. El comandante en espera de su regreso.

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