He estado últimamente acumulando de todo, polvo, abrazos, fracturas,
gatos y llaves de cuartos de hotel. He pasado más que suficiente tiempo en…
cualquier cosa. Papeles que se acumulan y cables que se enredan solos, como mis
nervios y la barba. Estuve recordándola, recortándola también. Pero más que eso
también la inventaba a veces, le cambiaba el color y las venas. Le cambiaba el
pelo pero nunca de nombre. La veía cerca y lejos, se veía igual, infinita y
grande, muy grande. He acumulado cansancio. He estado esperando y como no ha
funcionado creo que tendré que matarme, o por lo menos jugar al muerto. Le quiero como un loco, pero los locos no
saben querer.
Me enojé con todo lo que se puede uno enojar, le grité
incluso a una iguana. El amor no se me quita, se me quita el sol de la cara, la
piel de la carne y la carne de su carne, la saliva que es su saliva y medio
kilo de angustia. “Y medíamos el tiempo en latidos”.
Manejé durante horas, ensayando disculpa y besos, creo que
hasta abdominales hice. Acumulé millas y canciones. Ojalá saliera algo de mi
boca además de bichos y juicios.
Pegué mi mirada al mar, y no he conseguido ver nada, ni
pelícanos ni su pecho.
Con el tiempo me volví tierra, me moví en pasos ajenos, me
escondí en uñas y sexo escondido. Una vergüenza, un “lo sabía”. Redundante
como el tono del teléfono. Me volví su
mal karma y su sopa de cebolla, un rompecabezas obvio y arrugas en sus ojos,
tan muertos como piedras.
Me he despedido de mí mismo.
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